25 agosto 2012

Secretos

To Love, by ~aroonkalandy | Deviantart.com –Quiero saber quién soy, George.
Miré al horizonte, hacia los árboles de reserva. Unos horneros cantaban a lo lejos. Unas palomas y gorriones se acercaron a comer las migas de nuestro ligero almuerzo. Hacía mucho frío para ser primavera, mi vaso de café todavía humeaba.
–¿Tu mamá se niega a contarte algo?¿Una pista, aunque sea? –dijo él.
–Carmen no quiere decirme nada de nada. Aunque es mi mamá, me pone de los pelos cuando se pone en cabezadura. No es que yo reniegue de ellos, ¡son mis papás y los adoro! Pero... yo quiero saber. Tengo que saber. ¿Por qué fui a parar con ellos? ¿Acaso mis verdaderos padres me abandonaron? ¿Se murieron? ¿Me robaron? ¿O era una hija no deseada, un estorbo, una vergüenza?
Jorge me miraba, con un atisbo de preocupación. Estoy segura que sentía tanta curiosidad como yo, pero él era un hombre práctico y a veces simplificaba demasiado.
–Y que pasaría si descubrís la verdad y no te gusta... –murmuró. –Podría afectarte por el resto de tu vida y tendrías que vivir con eso hasta que te mueras. Hay secretos que mejor dejarlos ahí, enterrados en la oscuridad. La ignorancia es, a veces, un gran beneficio.
Yo resoplé y arremetí:
–Si tu abuela no te hubiese contado nunca que tu papá tuvo otra hija con otra mujer, ¿hubieras sido feliz igual?
–¡Por supuesto! Hubiese vivido mi vida ignorante, pero feliz. Esa revelación cambió por completo el concepto que yo tenía de él: fiel, esposo devoto y enamorado de su mujer. Todo un santo. Después de eso ya no fue lo mismo. De semidiós se fue al descenso, cayó a la categoría de simple mortal metepatas. No fue fácil asimilarlo. Todavía hoy me cuesta. Pero mi hermana, está feliz, y su felicidad mitigó mucho de ese odio. Ella había deseado toda su vida saber sobre su papá. Su mamá le ocultó la verdad  durante trece años, y cuando murió, mi abuela se hizo cargo de ella y finalmente le dijo todo. Era todavía una nena en ese entonces, no sé, ahora tal vez hubiese reaccionado de otra forma.
–Sin embargo, los dos están felices. Sin rencores, sin reproches. Ninguno tuvo la culpa de que las cosas sucedieran así. Además, ambos querían tener hermanos.
–Sí, eso sí. No de esa forma pero, ¡es lo que hay! y lo aceptamos así.
Miró el también hacia el horizonte. Sorbió despacio su café y esbozó una sonrisa. Me abrazó por la cintura y dijo:
–¿Qué vas a hacer, entonces?
–Según los pocos datos que pude pescar, mi papá vive. Se llama José Alberto o José Antonio, algo así. No sé qué hace exactamente, pero sé que vive en la provincia de Buenos Aires, en Tandil o Azul, en uno de esos monasterios o retiros espirituales de curas.
De pronto Jorge exclamó riendo: –¡Che! ¿Y si era cura?
Me encogí de hombros y también me reí.
–Cura, estafador, ciruja, millonario o santo varón, me da igual. Tengo que encontrarlo. Y cuando dé con él, daré también con mi mamá.
–¿Estás decidida?
Me quedé en silencio otra vez. Unos zancudos pasaron volando a los gritos sobre nuestras cabezas y se perdieron a lo lejos.
–Totalmente. –dije.
Sonrió y me abrazó, con fuerza. Le acaricié suavemente el rostro pálido con los dedos. Éramos buenos compañeros cuando nos uníamos en alguna causa. Supe entonces que él me seguiría hasta el fin del mundo sin siquiera tener que pedírselo.

Camino a casa, empezamos a planear el viaje que haríamos ese mismo fin de semana.


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